jueves, 19 de febrero de 2015

De memorias y memoriales


I
Nueve años del siniestro de la Mina Pasta de Conchos

Nueve años de impunidad, de violencia contra las familias, de cinismo de Grupo México pero también del Sindicato Minero y de los gobiernos federal y estatal. 

Nueve años de resistencia, de organización, de fe inquebrantable de las familias. 

Nueve años. 

Nueve años

Yo soy el mismo que hace nueve años. Pero yo no soy el mismo que hace nueve años. 

Recupero hoy algunas de las impresiones y reflexiones personales de aquellos primeros días de abrirme a conocer y comprometerme con la realidad de la zona carbonífera de Coahuila, sabiendo que yo no soy el mismo que hace nueve años cuando las escribí, pero que yo soy el mismo que hace nueve años.

II
POLVO DE CARBÓN

Febrero 27, 2006

Me parece que esta experiencia de la mina 8, Unidad Pasta de Conchos, es como el carbón que se extrae de ella. Si se queda dentro nuestro, nos empezará a carcomer los pulmones, a dificultarnos respirar el aire, será motivo de dolor y, lentamente, de muerte. Pero si se exterioriza, se objetiva, puede trabajarse con ella y, a partir de ella, transformar, crear, construir energía, calor y luz para la vida.

A nivel de la experiencia individual del sufrimiento de estas muertes, y las condiciones que condujeron a ellas, pienso sobre todo en las familias de los 65 trabajadores sepultados; pienso en sus amigos y compañeros, especialmente en los sobrevivientes; viene a la memoria el rostro lloroso de B y me estremezco ante lo que vivieron y siguen viviendo las cuadrillas de rescate; y pienso en los sacerdotes que, sacudidos, permanecieron los 8 días en la mina al lado de los familiares, aún a pesar del Ejército.  ¿Qué hacemos cada quien con este dolor? ¿Cómo caminar, para que no se nos convierta en polvo de carbón impregnado en los pulmones? ¿Cómo nos ayudamos a no tragárnoslo en silencio, a elaborar el necesario duelo? No para reprimir o negar el dolor; sino para trabajarlo y extraer de él la energía para vivir y luchar para que ésto no le vuelva a ocurrir a nadie.

A nivel de las comunidades de la zona carbonífera de Coahuila, pienso en lo internalizada que se encuentra esta realidad de muerte como lo que es, como el único destino posible. La desesperanza, el miedo y la resignación a no saber si el esposo, el tío, el hijo regresará de la mina. “¿Qué otra cosa puedo hacer?” nos decía un minero; y una madre de familia nos confesó “Siempre impulsamos a nuestro hijo a que estudiara, para que no terminara de minero; pero se acaba de graduar de Ingeniero Minero y de todas formas su futuro es la mina”. Pienso en la necesidad de objetivar esta realidad: verla, cuestionarla, problematizarla y transformarla. No es que se pida que cierren las minas, principal opción económica para las comunidades de la zona, pero sí exigir que operen sin alimentarse de la sangre de sus trabajadores. Queda entonces una enorme tarea de profundizar la sacudida de sensibilización y conciencia que esta tragedia nos ha provocado.

A nivel pastoral, tanto como Diócesis como parroquias y agentes de pastoral, la experiencia de cercanía, acompañamiento y orientación al pueblo, no sólo como pueblo cristiano sino como pueblo trabajador es un nuevo talento que Dios entrega a los sacerdotes y laicos. ¿Qué harán con esta experiencia? ¿Guardarla, ocultarla, dejarla reposar? o ¿incrementarla, hacerla fecunda, reproducirla? Pienso, sobre todo, que la disyuntiva está entre mantener únicamente la experiencia individual de solidaridad y compasión espontánea (enterrar el talento) o impulsar el establecimiento de la Pastoral Laboral en la Diócesis como respuesta organizada y permanente de la Iglesia en cuanto  Cuerpo y Pueblo que camina en la cuenca carbonífera.

Finalmente, a nivel de mi propia experiencia personal de estos 3 días en que estuve en la mina, en Palaú, en Santa María y en Nueva Rosita; tengo la necesidad de escribir lo que he visto y oído. A partir de hoy, no puedo seguir llamándome cristiano sin comprometerme personalmente a sumarme a los esfuerzos de tantas gentes para evitar que siga muriendo 1 minero cada quince días. No puedo guardarme en silencio lo comprendido, discernido y actuado estos días. Tanto a nivel del manejo de mi propio dolor ante esta situación, como por la conciencia creciente de mi responsabilidad en lo que viven las comunidades de Coahuila y por el llamado a impulsar el establecimiento de la Pastoral laboral en la Cuenca carbonífera, necesito poner en papel estas reflexiones y parábolas.

III
ENFISEMA ESPIRITUAL
Febrero 28, 2006


El jueves en la noche, después de nuestra primera tarde en la mina, fuimos recibidos en Palaú por M y V, quienes nos llevaron a cenar. En medio de la cena, les pregunté si tenían familiares atrapados por la explosión y ambas respondieron que afortunadamente no.



Así empezó la plática, en que nos fueron compartiendo su propia experiencia y comprensión de lo que vive Palaú como pueblo  minero. En algún momento de la plática, V  nos dijo: “… afortunadamente, mi esposo ya fue marcado con 15% de pulmón y pudo retirarse con la incapacidad parcial permanente del Seguro; si no, seguiría en las minas”.


¡¡¡ 15% de pulmón!!!



¿Qué significa? ¿Cómo se respira con 15% de pulmón? ¿Cómo se vive con 15% de pulmón? Más aún, ¿Cómo se trabaja dentro de una mina, donde el aire está tan viciado, en esas condiciones?



¿¿¿Cuántos mineros más están como el esposo de V? ¿Cuántos de ellos no tienen aún el diagnóstico del Seguro Social, para poder retirarse?



A la mañana siguiente me desperté con una idea en el corazón: una Iglesia que no cuente con una Pastoral Laboral para atender a este Pueblo en su condición específica de Pueblo minero, es una Iglesia con 15% de pulmón.



No es sólo que no estaría cumpliendo con sus obligaciones pastorales de solidaridad y caridad; sino que en su propia vida interna no podría respirar adecuadamente el aire del Espíritu. Sería una Iglesia con enfisema espiritual.
 

IV
MIÉRCOLES DE CENIZA
Marzo 1, 2006

En el calendario católico, hoy es Miércoles de Ceniza, la celebración que inicia la Cuaresma como preparación para disponerse al misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

La ceniza en los pueblos orientales es señal de luto, dolor y humillación reconocida públicamente entre el Pueblo. A este sentido original se fue añadiendo el de reconocimiento de la responsabilidad en los hechos ocurridos, penitencia, expiación y conversión. Así, llega hasta hoy la frase del rito litúrgico: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”.

Este año, involuntariamente, he recibido la ceniza; aunque con algunas peculiaridades. Para empezar, no la recibí hoy miércoles, sino el jueves de la semana pasada. A diferencia del ritual católico, la ceniza no estaba hecha de los restos quemados de Palmas benditas, sino de polvo de carbón y los restos de las fogatas con que las familias se calentaban en la madrugada mientras esperaban información sobre el rescate de los 65 mineros atrapados; la imposición no ocurrió dentro de un templo consagrado litúrgicamente, sino en la explanada terregosa  afuera de la mina 8; no había un celebrante presidiendo la ceremonia ordenadamente, sino que el protagonista era el pueblo mismo con su dolor e indignación caótica.

La “ceniza” de carbón que cubrió mi piel, mis ojos, que se me metió a la nariz y oídos, y que aún conservo físicamente adherida a mis zapatos como testimonio y memorial, es ante todo de luto y dolor.

El luto de las viudas y huérfanos, el luto de los mineros en general, y de las comunidades de la zona carbonífera de Coahuila. El dolor de E al contarnos que su esposo le había prometido que ese sábado sería la última vez que bajaba a la mina porque iba a renunciar pues estaba muy peligrosa; el llanto callado de B por no haber podido rescatar a quien había sido su compañero de brigada “juntos sacamos a varios, y al él no lo pudimos sacar”; el dolor detrás de una consulta legal “todavía no nos dicen si están vivos o muertos, y sus hermanos ya me están corriendo de nuestra casa, ¿éso se vale?”; la indignación de M al contarnos que su cuñado había entrado a la Mina 8 porque era 30% menos insegura que la mina en la que había estado trabajando antes; el dolor de escuchar a otra mujer decirnos “mi esposo no estaba en la mina, afortunadamente ya lo marcaron con 15% de pulmón y le dieron la incapacidad permanente”.

¿¿¿En qué país vivimos, que es una fortuna tener 15% de pulmón???

Es también una “ceniza” de reconocimiento de responsabilidad personal en los hechos. Es fácil ver la responsabilidad de las empresas Grupo Industrial Minera México  y General de Hulla en este accidente, por las pésimas condiciones de seguridad y obsoleto equipo para los trabajadores; es indudable la responsabilidad de las autoridades, por negligencia o corrupción, al no garantizar el cumplimiento de la Norma Oficial Mexicana 121 sobre Seguridad en los trabajos en las minas, para proteger la vida de los mineros. Incluso, es fácil comprender la responsabilidad de la dirigencia sindical del Sindicato minero que fue indolente en defender a sus agremiados, y abandonó a su suerte a los trabajadores subcontratados por General de Hulla.

Pero desde ese mismo jueves, conforme escuchábamos los testimonios y veíamos directamente la situación de la región carbonífera de Coahuila, fue haciéndose más evidente otra realidad. Yo también me he beneficiado personalmente del trabajo de estos mineros y de las condiciones en que se desarrolla.

Cada vez que enciendo un foco de luz eléctrica en mi casa en la Ciudad de México, o adquiero un producto de acero elaborado en Monclova, estoy aprovechándome del esfuerzo, trabajo y riesgo de los mineros de Palaú, Nueva Rosita, Agujita y San Juan de Sabinas. Como dijo Cristi en una reunión con familiares de las víctimas: “No es que Cristina y Rodrigo estemos aquí porque somos bien buenas personas, o porque seamos muy cristianos o por solidaridad. No estamos haciéndoles ningún favor: Es que también nosotros nos beneficiamos de su trabajo y éso nos hace responsables”.

Colaborar a impedir que esto siga ocurriendo es lo mínimo a que estoy obligado.

Esta ceniza es, finalmente, símbolo de un llamado a la conversión y a una nueva vida. Las prácticas ascéticas que se unían tradicionalmente a la ceniza, más que un castigo por el pasado eran una ayuda para reformarse y no volver a pecar. Ese es el principal llamado para mí hoy.

Sí, es necesario asumir el dolor y aceptar las responsabilidades de cada uno (“arrepiéntete…), pero sobre todo, es impostergable el compromiso de reforma, de animar y construir una historia distinta. Proclamar a la zona carbonífera de Coahuila la Buena Noticia de que no es un destino ineludible el  morir dentro de una mina, y caminar junt@s para hacerlo realidad (… y cree en el Evangelio”).

Así sea.



jueves, 5 de febrero de 2015

De sueños y despertares


Soñar que caminas en las plazas, las calles, tu pueblo

Soñar que caminas con tu hermano, con tu compa, con tu gente... por tu gente

Soñar que extiendes una larga bandera mexicana con un mensaje del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Soñar al teniente del ejército mexicano mirarte, odiarte, filmarte, registrarte en su archivo

Soñar la fila compacta de granaderos y antidisturbios, cuerpos rígidos, corazones turbios

Soñar como esa masa azul comienza a agitarse, se mueven en su sitio, se ajustan los cascos, aprietan los toletes

Soñar como las primeras personas empiezan a correr; a medio trote primero, como no queriendo provocar que les persiga el perro al que le están soltando la correa

Soñar al compañero que contigo sostiene la bandera, adivinar en su mirada  ese segundo en que decide si echa a correr o se mantiene firme

Soñar que te quedas atrás, que todos huyen, que se te viene la marea de botas y escudos y rabia adoctrinada desde la Escuela de las Américas y sus sucesores

Soñar como te rodean, como te avasallan, como te engullen

Soñar el ruido de los músculos golpeados, los huesos molidos, los cráneos rotos

Soñar el silencio posterior, la plaza vacía, la calle oscura, la bandera pisoteada

Soñar
Soñar
Soñar

Respirar agitado, despierto, agradecido porque por esta vez ha sido sólo un sueño